Las intolerancias alimentarias son una reacción adversa del cuerpo a ciertos alimentos o ingredientes que se consumen en la dieta. A diferencia de las alergias alimentarias, las intolerancias alimentarias suelen implicar una respuesta más leve y pueden ser causadas por diferentes factores. Algunos ejemplos son la falta de una enzima necesaria para digerir un alimento o la activación moderada del sistema inmune. Las intolerancias alimentarias más comunes incluyen la intolerancia al gluten, lactosa y fructosa.
Las intolerancias alimentarias pueden causar una amplia variedad de síntomas. Los síntomas más comunes son náuseas, dolor abdominal, diarrea, estreñimiento, hinchazón, gases, fatiga, dolores de cabeza y erupciones cutáneas. Aunque estos síntomas suelen ser menos graves que los de una alergia alimentaria, pueden afectar significativamente la calidad de vida de una persona.
A continuación, vamos a detallar la intolerancia al gluten, a la lactosa y a la fructosa. Estos tres nutrientes se encuentran en diferentes alimentos y son los tres tipos de intolerancia más común.
Intolerancia al gluten
El gluten es una proteína presente en ciertos cereales, como el trigo, la cebada y el centeno. En individuos con intolerancia al gluten, su consumo puede provocar daño en la capa que recubre el intestino delgado, así como otros síntomas tales como malestar abdominal, diarrea, cansancio, y alteraciones en el crecimiento en el caso de los niños.
Hay varios grados de intolerancia al gluten. La más severa es la enfermedad celíaca (EC), una patología inflamatoria crónica que se produce como consecuencia de esta intolerancia al gluten. Al ingerir esta proteína, el sistema inmunológico reacciona como si fuera una sustancia extraña y daña el revestimiento del intestino delgado. Esto desencadena la infiltración de células inflamatorias en el intestino. Esto puede interferir con la absorción de nutrientes y causar daño severo en las vellosidades de la mucosa intestinal.
Otros casos de intolerancia al gluten es la llamada sensibilidad al gluten no celíaca (SGNC). Las personas que sufren esta condición pueden experimentar síntomas similares a los de la enfermedad celíaca, como dolor abdominal, diarrea y fatiga. La diferencia entre ambas condiciones reside en los cambios en el revestimiento del intestino delgado (no ocurre en personas con SGNC). Se cree que esta sensibilidad puede estar relacionada con una respuesta inmunológica anormal al gluten, aunque los mecanismos concretos asociados a su aparición aún se desconocen.
La intolerancia al gluten tiene una fuerte predisposición genética, lo que significa que ciertos genes pueden aumentar el riesgo de desarrollar esta condición. Los haplotipos más comúnmente asociados son el HLA-DQ2 y el HLA-DQ8.
Estos marcadores genéticos se encuentran en el cromosoma 6 y están involucrados en la presentación de proteínas al sistema inmune. La mayoría de las personas con EC, aproximadamente el 95%, tienen una variante de este gen conocida como DQ2.5, que se considera el principal factor de riesgo genético para la enfermedad. El 5% restante suele presentar el HLA-DQ8.
Estos marcadores se encuentran en alrededor de un 30% en población general aparentemente sana, por lo que tener estos marcadores es una condición necesaria, pero no determinante, para desarrollar intolerancia al gluten. En personas con SGNC, la frecuencia de estos marcadores es superior a la población general, pero bastante menor que en EC, en torno a un 50%.
En resumen, el gluten puede causar problemas en algunas personas debido a una respuesta inmunológica anormal que puede provocar daño en el intestino delgado y otros síntomas. Si se sospecha de una intolerancia o sensibilidad al gluten, es importante consultar a un médico y a un nutricionista para realizar un diagnóstico preciso con todas las pruebas recomendadas, incluyendo la predisposición genética.
Intolerancia a la lactosa
La lactosa es un carbohidrato que se encuentra naturalmente en la leche y sus derivados. Aquellas personas que presentan intolerancia a la lactosa no pueden digerir adecuadamente este azúcar debido a una deficiencia en la producción de la enzima lactasa. Como resultado, pueden experimentar síntomas como molestias abdominales, hinchazón, y diarrea tras la ingesta de alimentos que contengan este azúcar.
Se sabe que la intolerancia a la lactosa tiene una clara predisposición genética asociada al gen MCM6. Este gen se encuentra cerca del gen de la lactasa en el cromosoma 2. La variante más común del gen MCM6, llamada -13910 C/T, ha sido fuertemente asociada con la producción de lactasa en la edad adulta y, por lo tanto, con la capacidad de digerir la lactosa.
Se ha descubierto que esta variante controla la producción de lactasa en los seres humanos. Esta variante se ha asociado con una mayor producción de lactasa en la edad adulta, lo que permite a las personas digerir la lactosa en los productos lácteos. Por el contrario, no presentar esta variante predispone a una menor producción de lactasa, y por tanto, una menor capacidad de digerir la lactosa.
Por lo tanto, esta variante del gen MCM6 se ha utilizado como un marcador genético útil para predecir la capacidad de una persona para digerir la lactosa, y por tanto, identificar la intolerancia a la lactosa.
Intolerancia a la fructosa
La fructosa es un carbohidrato presente tanto en diversas frutas como en productos procesados tales como refrescos, jarabes y comidas preparadas. Las personas que sufren intolerancia a la fructosa pueden experimentar molestias abdominales, inflamación y diarrea después de ingerir alimentos que contengan este tipo de azúcar.
Hay diferentes tipos de intolerancia a la fructosa. Existe una enfermedad genética, llamada intolerancia hereditaria a la fructosa (IHF), que afecta la capacidad del cuerpo para procesar y metabolizar la fructosa. La IHF es causada por mutaciones en el gen ALDOB, el cual proporciona las instrucciones para la producción de la enzima aldolasa B necesaria para descomponer la fructosa en el hígado.
Estas mutaciones pueden afectar la producción, estabilidad o actividad de la enzima, lo que lleva a una deficiencia parcial o total de la misma. Esto conlleva la acumulación de fructosa y sus metabolitos en el cuerpo, provocando los síntomas mencionados.
Si se sospecha de alguna intolerancia alimentaria, es importante consultar a un médico y a un nutricionista para obtener un diagnóstico preciso junto con recomendaciones adecuadas para adaptar la dieta.
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