¿Por qué se toma tres helados diarios y no tiene ni un gramo de grasa? ¿Cómo consigue saltar tanto? ¿Por qué recupera tan bien? Son preguntas que la gente se plantea a diario. Pues bien, es cierto que cuidarse y el entrenamiento deportivo son claves importantes para responder a estas preguntas, pero no lo son todo.
El potencial de la genética es tal que a día de hoy no podemos responder a todas las preguntas que se nos pasan por la cabeza, pero sí sabemos que hay numerosos SNPs (variaciones genéticas) asociados con la obesidad. El gen más estudiado se llama FTO y se ha visto que a pesar de tener una alta predisposición a padecer obesidad, se puede disminuir el índice de masa corporal realizando ejercicio intenso.
Lo mismo ocurre cuando nos vamos al mundo del deporte. El entrenamiento duro es fundamental, pero hay personas a las que le resulta más fácil llevar a cabo ciertos deportes como son los deportes de fuerza, de velocidad, de resistencia… Son numerosos los estudios realizados al respecto en los últimos años, pero hay ciertos hallazgos que conocemos desde hace tiempo.
Una de las variantes genéticas asociadas a la resistencia se descubrió en 1990 cuando intentaban explicar las bases genéticas de la distrofia muscular (grupo de enfermedades que causan debilidad y degeneración progresiva de los músculos esqueléticos). Más adelante, comprobando genotipos (“letras” del ADN) entre personas enfermas y sanas descubrieron que, sorprendentemente, ciertas personas sanas presentaban el genotipo que parecía estar asociado a la distrofia muscular. Fue entonces cuando decidieron realizar el estudio opuesto: estudiar el genotipo de personas atléticas. Tras diversos estudios genéticos se vio la implicación de este gen en el músculo esquelético, asociando la variante genética a una mayor resistencia y capacidad de recuperación. Sin embargo, estas personas presentan una desventaja frente a deportes de potencia y velocidad ya que la variante ancestral proporciona una mayor potencia esquelética.
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